Hace muchos años, Richard Branson dio la fórmula para convertirse en millonario. “Debes ser multimillonario y poner a andar una línea aérea”, afirmó jocoso. Por esa época, era protagonista del mundillo aerocomercial. Pero luego lenta, paulatinamente, se fue alejando de los primeros lugares, de los haces de luz, para estar prácticamente con un pie afuera.
El “mini-imperio” aerocomercial que el magnate británico fundó, comenzando por su buque insignia Virgin Atlantic, llegó a incluir una aerolínea en Australia, inversiones en el Sudeste Asiático (AirAsia X), una transportadora más en Bélgica y otra en Estados Unidos.
Virgin Atlantic nació en los ’80 y cargó en sus hombros ser la responsable de romper el cuasi monopolio aéreo que tenía British Airways en el Reino Unido, sobre todo en los vuelos internacionales. Esa competencia abrió camino para que luego llegaran las low cost como Easyjet, por ejemplo.
Ya en los ’90 fue el turno de Virgin Express, basada en Bruselas y una de las primeras experiencias low cost del Viejo Continente. La empresa se vendió posteriormente, se transformó en SN Brussels y hoy fusionada, forma parte de Brussels Airlines.
En los 2000, llegó Virgin Blue primero, luego convertida en Virgin Australia, y Virgin America, en 2007. La primera está hoy en manos mayoritaria del grupo Patrick (62%), el conglomerado de Branson solo posee el 25%. Y el emprendimiento estadounidense de hecho ya no existe como tal: fue adquirida por Alaska Airlines y desde hace unos meses perdió su certificado de operador aéreo. Todos los vuelos de Virgin America se operan con código de Alaska Airlines.
Y la semana pasada, Air France confirmó la compra del 31% de las acciones de Virgin Atlantic. La operación era esperable dado que el otro gran socio de la aerolínea británica es Delta Air Lines, compañera de la empresa gala en el marco de la alianza SkyTeam. La cuestión es que Delta posee el 49% de las acciones, ahora Air France dispondrá del 31% de modo que a Virgin mantendrá sólo el 20%, aunque retendrá la conducción.
Claro, se me dirá como contraparte, que Branson fundó Virgin Galactic, empresa que avanza seriamente en desarrollar los vuelos “al espacio” (a la atmósfera, en realidad). Pero no es lo mismo. Nadie tiene ni el poder ni el derecho a decirle a Branson qué tiene o debe que hacer y qué no. Pero su movimiento de desinversión en el sector de las aerolíneas ya es evidente y ostensible. Como vimos solo posee parte de dos de las cuatro aerolíneas que fundó y mantiene sus posiciones en el directorio de AirAsia X, una de las primeras long haul low cost del mundo. Mirando hacia atrás, hoy el panorama es más promisorio, le costó muchísimo a Virgin hacerse un espacio junto a la venerable British de modo que no se puede hablar de “futuro difícil”. Al contrario, hoy la tecnología ha reducido muchos costos, ha ayudado a ahorrar mucho dinero y ha disparado los ingresos gracias a ventas más eficientes y personalizadas. Claro, el de líneas aéreas no es un buen negocio, pero en realidad nunca lo fue: siempre demandó capital intensivo y brindó a cambio márgenes muy estrechos (en uno de los mejores casos, el de Copa, llega al 20%). Algunos de los últimos balances de Virgin America y de la propia Virgin Atlantic no fueron positivo y arrojaron pérdidas pero claramente no se trata de una cuestión de falta de fondos…
¿Entonces? ¿Se habrá cansado, hartado? ¿Aburrido? Podríamos seguir especulando todo el año, lo cierto es que el mercado aerocomercial extrañará la visión peculiar de Branson y su obsesión por la experiencia distintiva de viaje, aunque quizás no haya logrado conjugarla en todos sus emprendimientos aerocomerciales.