La gran paradoja

Hace unos años, en la revista en la que trabajo, le dábamos importancia al Ránking de Competitividad que elaboraba el Foro de Davos. Lo hicimos hasta que un año, por alguna cuestión, lo analizamos bien, bien a fondo. En realidad, nos sorprendió mucho que uno de los países más competitivos fuera un país africano (X, no viene al caso) que estaba en plena guerra civil. Ese pequeño Estado en problemas, era más competitivo que las grandes potencias y que otros tantos países que, cuando menos, no tenían que enfrentar una guerra civil. ¿Cómo era la competitividad, entonces, que consagraba Davos? La de un Estado fallido que no podía controlar nada. Es decir, un Estado casi inexistente, en pleno colapso: ese era un ambiente ideal, perfecto, para hacer negocios porque nadie controlaba nada. La anécdota, me parece, es un buen símbolo de aquello que muchos empresarios impulsan: el mejor Estado es el que está ausente, el que no existe, el que no se nota.

Por eso por estos días, no puedo dejar de notar, una enorme paradoja. Las líneas aéreas a través de sus patronales, declaman las ayudas estatales, piden fondos públicos frescos para continuar existiendo. Le piden fondos a los mismos Estados que, hace seis meses, les pedían que retrocedieran. IATA, por ejemplo, impulsa una política liberalizadora a nivel mundial, empuja la reducción de normativas y regulaciones, es su gran bandera. Hoy insiste en la necesidad de una intervención de fondos públicos rápida.

Curiosamente ahora, piden dinero al mismo al que, hace un año, le pedían que retrocediera y liberara el mercado. Hace un año, las compañías aéreas estatales o semi estatales (Air New Zealand, Air France, Aerolíneas Argentinas, Ethiopian Airlines, etc.) eran distorsivas para el mercado… hoy todas quieren ser aerolíneas estatales. En Estados Unidos, barajan incluso la posibilidad de que, a cambio de las inyecciones de capital, el Estado Norteamericano se quede con parte de las acciones de las transportadoras. Si la idea prospera, en pocas semanas más, todas las empresas aéreas estadounidenses serían mixtas. Las mismas (Delta, American, United) que atacaban a Emirates y Etihad, porque las árabes tenían fondos estatales y “les competían deslealmente”.

Es realmente sorprendente, cómo el Cisne Negro del Coronarivus invirtió los roles, y las ideologías. Lo que ayer era denostable, malo y atrasado, hoy se volvió la norma. Uno entiende el panorama, uno entiende las razones. Y entiende incluso cierta dosis evidente de pragmatismo: lo que está en juego es la supervivencia. En este contexto, el Diablo no parece tan malo, y Dios, no parece tan bueno.

Por eso cobra mucha más relevancia, aquella idea que habitualmente les planteo, en las primeras clases, a mis alumnos de “Política Aerocomercial”, del ICAPA: no hay ideas absolutas en la Aviación, al menos en la política. No todo está bien o mal, no existe el macartismo, todo es gris en diversos matices. Lo que puede ser malo o perjudicial en un caso, para una empresa o un país, puede resultar la solución para otro. Las líneas aéreas liberalizadoras, hoy están en retroceso y vaya a saber cuándo recuperarán fuerzas para volver a ser totalmente privadas. En ese entonces se verá si aprendieron la lección y morigeran su discurso. O si vuelven a la hipocresía y la contradicción de pedir que el Estado retroceda, se aleje, no moleste, se encoja, y les permita llenarse los bolsillos, hasta que estalle la siguiente pandemia…